Leer con otros, hacer comunidad: mediación y conversación lectora

«Nosotros no sabemos lo que pensamos sobre un libro hasta que hemos hablado de él.»

Sarah, 8 años, en Dime, de Aidan Chambers.

En tiempos de la modernidad líquida, en los cuales, a decir del pensador Zygmunt Bauman (1925-2017), se ha exacerbado la individualidad y la volatilidad y transitoriedad de los vínculos y las relaciones humanas, leer con otros es una alternativa para construir comunidad. Para construir identidad, cultura común y lazos solidarios. Como inicio de esta reflexión, señalo que la lectura solitaria no existe. Ya que aun en el encuentro de un único lector frente a un texto, en la intimidad que se construye en la lectura individual, leer es una práctica dialógica que pone en contacto e interacción a un lector con la voz o las voces que habitan el texto que lee. A veces, leemos a solas, pero no necesariamente desolados. En cambio, si nos sentimos desolados, un libro puede darnos compañía. Cuando creamos un vínculo personal con el texto que leemos, en ese vínculo nace un diálogo en el que, como lectores y como sujetos, construimos un significado particular y único. Pero esa experiencia no se queda ahí, de algún modo la socializamos, ampliamos nuestra lectura personal, al extender la conversación con otros, con quienes compartimos nuestra impresión, emoción o las ideas que nos provocó el texto leído. Recomendamos leer el texto que leímos, o sencillamente hablamos de él, deseando que la emoción que nos produjo se propague.

Si bien, la lectura individual crea un espacio privilegiado en que se acoge nuestra intimidad, las construcciones significativas que hacemos al leer un texto no son exclusivas de la lectura a solas. Antes bien, cuando leemos un texto en común con otros lectores y conversamos acerca de lo que el texto dice a cada uno, nuestra propia interpretación se ensancha, vemos aspectos que tal vez no habíamos considerado al escuchar la interpretación que otros hacen, escuchamos esas otras voces y podemos ver el texto como un crisol en el que cada lector encuentra distintos destellos. Después de una conversación cuyo eje es el texto leído en común, el significado que construimos juntos, solidariamente, es más robusto y enriquece la construcción personal de sentido que cada lector hace con su propia lectura. De modo que leer en comunidad hace que nuestra comprensión e interpretación de un texto sea más profunda porque estará cobijada por esas otras voces.

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Intertextualidad y mediación lectora

Un camino para propiciar diálogos de esa índole es la conversación sobre las voces del texto. Para ello se requiere de una mediación que procure conectar los hilos que tejen el texto, con las subjetividades de los lectores que comparten la lectura de ese texto. Una mediación que ayude, no sólo a dilucidar lo que dice el texto en su tejido más inmediato: lo que cuenta o lo que evoca, sino que ayude también a desentrañar la urdimbre más profunda del texto, para identificar entre otras posibilidades sus lazos e hilos intertextuales, y que éstos sean materia de conversaciones en busca de construir posibles significados del texto.

Tomemos en cuenta que cuando leemos, entramos en un territorio polifónico. Pues la lectura es un acto dialógico en el que intervienen diversas voces. En principio, y de modo más claro, está la voz del texto que nos dice de qué va su sentido, que nos narra o nos sugiere imágenes y emociones, que nos abre la puerta a mundos configurados literariamente, en la ficción o en la poesía; por otro lado, está la voz nuestra como lectores, quienes respondemos ante lo que nos dice ese texto. De modo menos directo, pero no menos relevante, participan en el diálogo, las voces que están en el texto y que provienen de otros textos, esas voces que hacen acto de presencia como evocaciones, alusiones, citas. Lo que Gerard Genette llama intertextualidad, es decir, la co-presencia entre dos o más textos, eso de lo que están poblados muchos textos y que, si atendemos un poco, podemos reconocer y desvelar su sentido en el texto anfitrión. La presencia de esos textos invitados nos propone nuevas rutas de lectura que podemos seguir por curiosidad o para ampliar el tejido de significados que guarda el texto que leemos en su relación con esos otros textos. De pronto, el texto que leemos deviene en mapa con distintos caminos trazados que nos llevan hacia otros textos, y hacia otros diálogos.

Esas presencias intertextuales no sólo acuden a un texto como demostración de que el autor se ha inspirado o conoce otras obras, sino que son voces que suelen aparecer de manera insólita y proponer una nueva significación del texto invitado, así como una significación más poderosa del texto que lo acoge. Por ejemplo, la imagen mítica presente en el siguiente fragmento del capítulo 7 de Rayuela, de Julio Cortázar:

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.

Si bien, la aparición del cíclope es metafórica, ya que propone una imagen del contacto amoroso a través de la mirada de los amantes que se acercan tanto, uno al otro, que se funden en una sola mirada que no mira más que la mirada del otro, ¿hacia donde más nos puede llevar la presencia del cíclope en esta prosa poética de Cortázar? Una ruta plausible, por supuesto, nos llevaría directamente al canto IX, de la Odisea, de Homero, donde se narra el encuentro de Odiseo con el cíclope Polifemo que, por cierto, no tiene nada de romántico, sino de tensión por el peligro al que se enfrenta el héroe y su tripulación frente al gigante hijo de Poseidón. Sin embargo, ahí nos lleva y este lugar puede ser sólo una estación en el camino. Ahora bien, si seguimos, esa ruta nos podría llevar a la Odisea completa, o bien, a otros textos de la mitología griega. De este modo, el lector también puede dialogar con esas otras voces que percuten como ecos de la Odisea en el capítulo 7 de Rayuela, y ampliar la significación que construye de un texto tan breve como poderoso.

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Hay más, otras presencias intertextuales que no siempre son evidentes para todo lector, o bien, no a todos los lectores se les revelan o les hacen sentido, porque dependen del horizonte de cada sujeto, así como del tejido peculiar que su lectura le lleve a hacer. Por ejemplo, en este caso, en el fragmento de Cortázar se podría establecer un vínculo intertextual con otros textos, poéticos o narrativos, a partir de la imagen del beso a que nos convoca la líneas del capítulo 7 de Rayuela. En ese tejido cabrían muchos otros textos, a propósito de la imagen de un encuentro amoroso cifrado en un beso. Textos lingüísticos, tanto como de otros lenguajes, ya sea una obra escultórica como “El beso”, de Auguste Rodin, o pictórica como la obra con nombre semejante, “El beso”, de Francesco Hayez, o cinematográficas como Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, evocada inevitablemente por la sucesión de besos de la conmovedora escena final, sólo por citar unos pocos ejemplos. En resumen, la intertextualidad nos regala motivos para dar sentido a los diálogos que entablamos con otros lectores; para dialogar acerca de los sentidos que juntos encontramos en el texto que leemos; y para ir en busca de nuevos diálogos con otros textos.

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La tarea de un mediador o mediadora de lectura es encargarse de hacer sonar esas voces que están en el texto que se lee en compañía de otros. Sin explicitarlas directamente, porque eso obstaculizaría el hallazgo que todo lector tiene derecho a hacer en sus lecturas. En cambio, la mediación debe invitar a los lectores a desvelarlas, a buscarlas en su horizonte y acervo personal, quizá dando pistas, haciendo preguntas que inviten a la rememoración de textos conectados a partir de la imagen que evoca la metáfora, el pasaje, la emoción o la conmoción a que nos convoca o nos provoca un texto. La mediación puede ocuparse de hacer preguntas que como lectores no siempre nos hacemos explícitamente, pero que sí respondemos cuando logramos entrar en el texto o cuando el texto entra en nosotros. Esto ocurre cuando pensamos el texto como si fuéramos parte de él, como si ya fuera nuestro: ¿Qué me dice a mí ese texto? ¿En qué lugar de ese mundo configurado en el texto me coloco? ¿Soy espectador o me pongo en los zapatos del personaje? ¿Soy neutral o me sumo a una causa de la lucha que libran los personajes? ¿Eso que ocurre en el texto me ocurre a mí también, me ha ocurrido alguna vez? ¿Me he sentido como este o aquél personaje; he tenido intenciones semejantes o, en cambio, cuáles han sido las mías? Y tantas otras.

¿Hay una forma de leer mejor que otra? No lo creo, leer, ya sea a solas o acompañados de otros lectores brinda las mismas oportunidades para el asombro, el encuentro con nosotros mismos y para leer más allá del texto. Lo que sí cambia, cuando leemos en compañía de otros es, por una parte, el alcance de nuestra apropiación de los textos que leemos. Cualquier texto se abrirá más y nos mostrará más vetas, porque cada subjetividad horada en un punto distinto, así que miraremos más dentro de él en tanto lo leamos con otros que cuando lo leamos a solas. La lectura de los otros nos llevará a ver más profundo en el texto. Y, por otra parte, la lectura compartida con otros nos ayudará a construir comunidad. Leer en colectivo, no se trata sólo de leer junto a otros lectores, sino leer CON otros, y esto requiere de disposición a la escucha atenta, horizontalidad y colaboración para desentrañar el sentido del texto, los hilos que lo tejen y descubrir juntos los caminos hacia otras lecturas que nos propone su urdimbre.

Estoy convencida de que leer con otros, como se ha dicho al inicio de esta nota, es una alternativa para construir comunidad y, con ello, identidad como lectores, como sujetos y como ciudadanos. En tiempos de la modernidad líquida, de la que Bauman nos ha advertido, donde los desapegos se traducen en indiferencia y apatía, es urgente construir comunidad y solidaridad.

Créditos de las imágenes:
La imagen de la portada es la obra «El beso», de Francesco Hayez (1859, óleo sobre lienzo).
El cuadro «El joven Cicerón leyendo» es de Vicenzo Foppa (1464, fresco).
La ilustración de Polifemo es de Pep Montserrat, para el libro La Odisea, editada por Combel, en 2008).
La imagen de la escultura es «El beso», de Auguste Rodin (1882-89, mármol).

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